Alegra el corazón haber vivido,
              y no importa del todo que el pasado
              no sea ya otra cosa que pasado.
              Si nos quemó la llama del vivir,
              su huella es una herida hecha de orgullo
              y de melancolía. Pues vivimos
              una vez como nadie (ni siquiera
              nosotros mismos) vivirá de nuevo.
              Ese desvalimiento, esa tristeza
              que da sentir pasado lo pasado,
              es nuestra condición, la misteriosa
              ley que, a nuestro pesar, ha de cumplirse
              como si fuera el precio de la vida.
              ¿y cuál si no es el precio de la vida
              sino seguir viviendo aunque sepamos
              que la parte mejor ya nos fue dada?
              Pero si hay dignidad en la memoria
              y admitimos que no fue un precio injusto
              el que debió pagar nuestro deseo,
              se alegra el corazón de haber vivido
              al conocerse brasa de esa llama
              por la que ardió en el tiempo. Y ahora sabe,
              al fin, aunque lo tema, que le aguarda.
 
 
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